El ayuno terminó, reanudamos al fin el ritual de cada sábado capitalino. Ir rumbo a la cancha a través de calles conocidas y esa emoción que siempre da cuando, tras cruzar insurgentes y avanzar sobre Holbein, emerge entre la colonia Nochebuena el estadio donde dejaremos la garganta como cada quince días.
Recorremos escenarios conocidos, futboleros. Ya desde ahí podemos sentir que la liga vuelve: Las familias cruzan sonrientes las avenidas aledañas, comen juntos frente al estadio, se venden los últimos boletos.
Pareciera que vemos caras conocidas, es como si la misma gente estuviera cada vez que somos locales.
"Con este equipo no puedo estar enojado mucho tiempo" Me dijo alguna vez mi padre. Y es que no significa que nos conformemos, que olvidemos, sino que algo tiene este club que nos permite motivarnos y retomar la esperanza cada jornada 1, con cada sábado que pasamos gritando por sus colores. En esos momentos los tragos amargos quedan en segundo término, nuestros pensamientos están ocupados en una idea fija: Volver a ver al equipo que más nos apasiona.
Se reanudó el ritual, pues. Comúnmente Tigres no es un equipo que despierte una sensación particular como rival. Suelen ser pocos los que se atreven al largo viaje, y quienes viven en la ciudad lucen tranquilos y con una timidez que raya en lo amigable.
En lo personal fue la primera vez que un partido contra Tigres de inicio de temporada me despertaba algún interés fuera del de ver a mi equipo. En redes sociales la soberbia común del aficionado al campeón clamaba esta vez una "invasión", pero no solo eso, la mención era de "otra invasión". Preferí esperar con un poco de morbo, no sin antes intentar recordar las "invasiones" anteriores. No recordé una sola, las visitas de aficiones rivales procedentes del interior de la República han sido históricamente discretas salvo excepciones de equipos de convocatoria importante en todo el país.
Y ahí estaban, frente a la acera de la calle Holbein, que da directamente a la cabecera sur del Azul, la visitante. El operativo policial limitaba de alguna manera el libre tránsito por esa zona. "Nada extraordinario", pensé. Apenas similar a la cantidad de gente de Querétaro, Atlante o Toluca cuando sus equipos visitan la capital.
Me generó curiosidad morbosa también, percibir la actitud de los aficionados visitantes que no entrarían a la cabecera sur: los plateístas. Eran pocos aunque se podían ver caminando acompañados en las inmediaciones del estadio. Una sonrisa evidente por ver a su equipo, pero diferente a otras ocasiones, con un dejo soberbio que me hizo recordar el viejo estereotipo del regiomontano que indica que la humildad no está entre sus virtudes más notables. Varios nos buscaban la mirada, provocadores, sin violencia pero con expresiones socarronas, como si desearan que les hiciéramos pasillo también a ellos.
En fin, caminando alrededor del estadio minutos antes de ingresar, encontré a un grupo de aficionados que desplegaron sobre el suelo un par de trapos medianos y pedían a quien pasara que escribiera un mensaje sobre ellos. Los trapos no pueden entrar a las tribunas mexicanas desde poco más de tres años, por eso me extrañó, pero nos decían que los llevarían a Venezuela y que estaban realizando una colecta para disminuir el costo del viaje. Durante toda la semana, las ansias de comenzar la liga escondieron en mi cabeza el recuerdo de la Libertadores, tan alejada para nosotros desde hace más de siete años (curiosamente casi el mismo tiempo que teníamos sin ver una victoria de Tigres en nuestra casa). Este semestre Cruz Azul irá a Venezuela, Brasil y Paraguay, y en ese momento incluso se me ocurrió intentar hallar la manera de hacer un viaje para ver al equipo en Sudamérica, cuna del torneo más antiguo del futbol. Después de un rato de imaginarme cómo sería ese viaje, noté que faltaba muy poco para que comenzara el partido, y me dirigí a la puerta por la que ingresaría para ver el partido, donde por cierto, una pareja de recién casados era el centro de atención de varios aficionados que hacían bromas antes de ingresar al estadio. El color nunca falta en el futbol mexicano.
En una previa con una larga espera de casi mes y medio, la oportunidad de ver de nuevo al equipo se acercaba. Una tarde sin sorpresas, con aficionados rivales cuya soberbia cansaba, aunque honestamente los cruzazulinos estábamos más ocupados en entrar a nuestra cancha. La espera terminaba, sólo restaba ver, gritar, sentir los nervios y retomar nuestro ritual.
Foto: Mediotiempo.com
Foto: Mediotiempo.com
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